El Cine en el espejo de la Literatura

A través de la lectura de una serie de textos (novelas y cuentos), y de la revisión de las películas a las que han dado lugar en el tiempo, este curso propone una aproximación al verdadero carácter de estas dos clases de escritura -la literaria y la cinematográfica- de sus relaciones de parentesco y de sus diferencias sustantivas siempre presentes en cualquier tentativa de adaptación.

Hoy se habla mucho de cine y literatura, más precisamente de la relación entre el cine y la literatura. Se habla y se escribe tanto que se ha convertido en un tema común en determinados foros. No hay curso, simposium o seminario que se precie que no lo haya contemplado alguna vez como motivo para una cita entre escritores y cineastas, críticos y profesores, especialistas de toda índole en fin. La cuestión me parece digna de estudio y debate; entre otras razones, porque la literatura y el cine comparten hoy parecidas frustaciones en un mundo donde la comunicación está, en general, dominada por la Red.

Se diría que esta época ha descubierto, como sujeto de una cierta vulgarización, una relación que, sin embargo, es muy vieja; es decir, que viene de lejos, prácticamente desde que el cine es cine o, si se quiere, desde la invención del cine sonoro. Era natural que el cinematógrafo se mirara en el espejo de la literatura, sobre todo a partir del momento en que se convierte, gracias a uno de sus padres fundadores, David W. Griffith, en un medio para, entre otras cosas, contar historias.

Aunque se desarrolla y alcanza su plenitud como lenguaje artístico en el siglo XX, el cine es un invento del siglo XIX. Arte del relato y, por tanto, del tiempo, no es extraño que Griffith, desde sus primeras experiencias como director, tomara como referencia narrativa la gran novela del XIX. Sus modelos, además, estaban en el aire de la época, interiorizados en el público espectador. Los folletines primero, el cuento, la novela y el teatro después, proporcionaron al cine un interminable caudal de historias. Y a su vez el cine dio cuerpo -movimiento, voz y rostro- a infinidad de personajes que la literatura había creado antes. Sacándolos de la penumbra donde se encontraban, en cierto modo 1os reinventó, les dio una vida nueva.

Una gran parte de las películas que en la actualidad se llevan a cabo está basada en un texto literario ya existente. La adaptación de una novela –sobre todo si se trata de una novela de reconocido éxito comercial- se ha convertido en una fórmula habitual de producción. De ahí que a la hora de la valoración de los resultados sea frecuente oír juicios críticos muy distintos, pero que a la postre, en mi opinión, resultan complementarios. De un lado, se suele decir: “Esta es una película que no sigue la letra del libro, y además lo traiciona” ; de otro, se acostumbra a afirmar: “Esta es una película que, a pesar de que no sigue la letra del libro, sí es fiel a su espíritu.”

Ahora bien, la letra de un texto está constituída por las palabras, la materia a través de la cual la historia narrada se encarna. Y las palabras, conviene recordarlo, son una abstracción. La materia cinematográfica, en cambio, la constituyen imágenes y sonidos concretos capturados por una cámara y un micrófono, es decir, todo lo contrario de una abstracción. Resulta un tanto paradójico, por tanto, que se hable insistentemente de fidelidad o de infidelidad a propósito de las adaptaciones cinematográficas porque la naturaleza de estos dos lenguajes es completamente distinta. 

A través de la lectura de un conjunto de obras seleccionadas, y de la revisión de las películas a las que han dado lugar, el taller propone una aproximación al verdadero carácter de estas dos clases de escritura -la literaria y la cinematográfica- de sus relaciones de parentesco y de sus diferencias sustantivas siempre presentes en cualquier tentativa de adaptación.

Víctor Erice